jueves, 23 de diciembre de 2010
Antonio Vivaldi.Four seasons.Winter.
viernes, 17 de diciembre de 2010
¿Maltrato a mi hijo?
Es una pregunta muy difícil de responder. Cuando la hago a los padres, se caen para atrás como Condorito. Debo tranquilizarlos, no me refiero a esas agresiones brutales. Me refiero a las otras…
Existen padres poco equilibrados que actúan según el estado de ánimo. Si se sienten relajados, todo lo perdonan, hasta ‘lo que no debieran perdonar’. Pero cuando están atareados con actividades en el hogar, tensos por cuestiones de trabajo, o simplemente cansados, el ánimo es diferente y cualquier cosa les hace estallar.
Me decía una madre: “Imagínese, llego a casa después de una larga jornada de trabajo y encuentro que tenemos (mi esposo y yo) que ordenar la casa, verificar mochilas, tareas, uniformes, enviar a la ducha a los no bañados, preparar la cena, etc. Y de pronto, tras largos esfuerzos, al más pequeño se le ocurre decirme: Mami, la sopa está fea”.
Si nos dejamos llevar por la tensión, entonces vienen: el drama, los gritos, las amenazas, el despelote. Este sí es un maltrato muy frecuente en nuestros hogares. Si guardo el equilibrio, les insistiré a las buenas y con firmeza.
Si no quiere tomar la sopa, aunque realmente esté fea, será un sacrificio para ese hijito. Si se encapricha, no se haga problemas, no se pelee con él, no pierda la calma, guárdela (la sopa). Eso sí, no le dé nada más de comer. El hambre es poderosa. Pero no permita que se salga con la suya. Alguien pensará, ¿no es eso también, maltrato? Le aclaro, no.
A veces escucho decir:
- No ayuda en casa como yo lo hacía a su edad.
- No es tan independiente, como yo lo era.
- A su edad, yo ya leía de corrido.
- A mí me gustan las niñas de cabello lacio, mi hija lo tiene rizado.
Es muy importante ser conscientes de que nuestros hijos son diferentes a nosotros. Los dedos de la mano no se parecen, con los hijos igual. Evitemos crear expectativas tan grandes, quizá inalcanzables, que luego generan frustración, en nosotros y en ellos. A veces, los aniquilamos con nuestros comentarios.
Y nuestros hijos, ¡qué detalles tan lindos que tienen con nosotros!, para ellos, somos los papás más guapos y buenos del mundo.
Una madre de familia me contaba que su esposo salió muy temprano y no pudo darle la felicitación del Santo, a un hijito de seis años, como era costumbre en su familia. Al llegar de la escuela el niño, ella le dijo:
- Papá me llamó, para pedirme que te deseara un feliz día, en la noche te abraza.
Y este pequeño, con una sonrisa, le respondió:
- Gracias mamá, pues un abrazo de papá es como un abrazo de Jesús.
He pensado, desde ese día, a qué altura nos tienen los chiquillos.
Lo verdaderamente trascendental de la educación de los hijos no es que sean tan guapos e inteligentes, sino que a través de la educación que en familia reciba lleguen a ser hombres y mujeres de bien, aunque no lleguen a ser Presidentes de la República, jugadores del Real Madrid o la próxima Shakira.
A otros papitos les escucho quejarse siempre con estas frases u otras parecidas:
o ¡Ah! Ya quisiera yo que fueras como Santa María Goretti.
o ¡Qué dicha! De los padres de Santo Dominguito Savio.
o Aprende de fulano o sutanita, ese sí que es un buen niño o niña.
Nos encanta a los padres comparar, pero para los niños es muy fastidioso. A veces, lo único que logramos es que le tomen fastidio a fulanito y sutanita y a todos los santos, incluyendo al Niño Jesús.
Qué difícil que se nos hace a los padres, decir:
- Gracias, por tender la cama. (No la sacudió y las almohadas las invirtió)
- ¡Qué bien que pones la mesa! (Aunque ponga la servilleta encima de los cubiertos)
- ¡Guau! Yo no sabría ordenar tan bien los zapatos. (Y los puso sin aparearlos)
- ¡Qué hermosa letra! Ya quisiera yo tenerla tan linda. (Aunque se salga de la línea)
- ¡Qué rica que te quedó la ensalada! (Aunque la haya picado como cubos de hielo)
Nos cuesta muchísimo. Saben ¿por qué? Porque siempre estamos mirando lo negativo, para caerles encima.
Reconozcamos siempre lo que hacen bien, lo que sí funciona. Valorar lo positivo es vital. Si aprendemos a valorar su esfuerzo, nos estamos curando en sano, previniendo muchos males porque estimulamos su voluntad, acrecentamos su amor hacia nosotros, les enseñamos a ser agradecidos, solidarios, colaboradores.
Dicen que los pastores, al ir a ver al Niño Jesús, vaciaron sus morrales (sus mochilas) para darle todo lo que tenían. Y al regresar fueron cargados de grandes virtudes que el Niño Jesús les obsequió.
Nosotros también acerquémonos con nuestra mochila de defectos y pidámosle al Niño nos obsequie: perseverancia, ánimo y mucho amor para nuestra esposa, esposo e hijos. La tarea de aprender como padres, nunca termina. Somos padres hasta el final de nuestros días y seguiremos intercediendo por nuestros hijos desde el cielo.
Recuerden: hasta hoy, hemos maltratado, mañana será diferente.
Existen padres poco equilibrados que actúan según el estado de ánimo. Si se sienten relajados, todo lo perdonan, hasta ‘lo que no debieran perdonar’. Pero cuando están atareados con actividades en el hogar, tensos por cuestiones de trabajo, o simplemente cansados, el ánimo es diferente y cualquier cosa les hace estallar.
Me decía una madre: “Imagínese, llego a casa después de una larga jornada de trabajo y encuentro que tenemos (mi esposo y yo) que ordenar la casa, verificar mochilas, tareas, uniformes, enviar a la ducha a los no bañados, preparar la cena, etc. Y de pronto, tras largos esfuerzos, al más pequeño se le ocurre decirme: Mami, la sopa está fea”.
Si nos dejamos llevar por la tensión, entonces vienen: el drama, los gritos, las amenazas, el despelote. Este sí es un maltrato muy frecuente en nuestros hogares. Si guardo el equilibrio, les insistiré a las buenas y con firmeza.
Si no quiere tomar la sopa, aunque realmente esté fea, será un sacrificio para ese hijito. Si se encapricha, no se haga problemas, no se pelee con él, no pierda la calma, guárdela (la sopa). Eso sí, no le dé nada más de comer. El hambre es poderosa. Pero no permita que se salga con la suya. Alguien pensará, ¿no es eso también, maltrato? Le aclaro, no.
A veces escucho decir:
- No ayuda en casa como yo lo hacía a su edad.
- No es tan independiente, como yo lo era.
- A su edad, yo ya leía de corrido.
- A mí me gustan las niñas de cabello lacio, mi hija lo tiene rizado.
Es muy importante ser conscientes de que nuestros hijos son diferentes a nosotros. Los dedos de la mano no se parecen, con los hijos igual. Evitemos crear expectativas tan grandes, quizá inalcanzables, que luego generan frustración, en nosotros y en ellos. A veces, los aniquilamos con nuestros comentarios.
Y nuestros hijos, ¡qué detalles tan lindos que tienen con nosotros!, para ellos, somos los papás más guapos y buenos del mundo.
Una madre de familia me contaba que su esposo salió muy temprano y no pudo darle la felicitación del Santo, a un hijito de seis años, como era costumbre en su familia. Al llegar de la escuela el niño, ella le dijo:
- Papá me llamó, para pedirme que te deseara un feliz día, en la noche te abraza.
Y este pequeño, con una sonrisa, le respondió:
- Gracias mamá, pues un abrazo de papá es como un abrazo de Jesús.
He pensado, desde ese día, a qué altura nos tienen los chiquillos.
Lo verdaderamente trascendental de la educación de los hijos no es que sean tan guapos e inteligentes, sino que a través de la educación que en familia reciba lleguen a ser hombres y mujeres de bien, aunque no lleguen a ser Presidentes de la República, jugadores del Real Madrid o la próxima Shakira.
A otros papitos les escucho quejarse siempre con estas frases u otras parecidas:
o ¡Ah! Ya quisiera yo que fueras como Santa María Goretti.
o ¡Qué dicha! De los padres de Santo Dominguito Savio.
o Aprende de fulano o sutanita, ese sí que es un buen niño o niña.
Nos encanta a los padres comparar, pero para los niños es muy fastidioso. A veces, lo único que logramos es que le tomen fastidio a fulanito y sutanita y a todos los santos, incluyendo al Niño Jesús.
Qué difícil que se nos hace a los padres, decir:
- Gracias, por tender la cama. (No la sacudió y las almohadas las invirtió)
- ¡Qué bien que pones la mesa! (Aunque ponga la servilleta encima de los cubiertos)
- ¡Guau! Yo no sabría ordenar tan bien los zapatos. (Y los puso sin aparearlos)
- ¡Qué hermosa letra! Ya quisiera yo tenerla tan linda. (Aunque se salga de la línea)
- ¡Qué rica que te quedó la ensalada! (Aunque la haya picado como cubos de hielo)
Nos cuesta muchísimo. Saben ¿por qué? Porque siempre estamos mirando lo negativo, para caerles encima.
Reconozcamos siempre lo que hacen bien, lo que sí funciona. Valorar lo positivo es vital. Si aprendemos a valorar su esfuerzo, nos estamos curando en sano, previniendo muchos males porque estimulamos su voluntad, acrecentamos su amor hacia nosotros, les enseñamos a ser agradecidos, solidarios, colaboradores.
Dicen que los pastores, al ir a ver al Niño Jesús, vaciaron sus morrales (sus mochilas) para darle todo lo que tenían. Y al regresar fueron cargados de grandes virtudes que el Niño Jesús les obsequió.
Nosotros también acerquémonos con nuestra mochila de defectos y pidámosle al Niño nos obsequie: perseverancia, ánimo y mucho amor para nuestra esposa, esposo e hijos. La tarea de aprender como padres, nunca termina. Somos padres hasta el final de nuestros días y seguiremos intercediendo por nuestros hijos desde el cielo.
Recuerden: hasta hoy, hemos maltratado, mañana será diferente.
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